La debacle de Trump parece ser insondable: se
desgrana de funcionaros lo que queda de su gobierno, se quedó sin redes
sociales, los principales responsables de la toma del Capitolio han sido
detenidos, existen un sinfín de casos judiciales en su contra, que van
desde temas fiscales hasta abusos sexuales, que se activarán el mismo 20
de enero cuando deje la presidencia. Se enfrenta a una solicitud de
juicio político que no prosperará porque no alcanzará a tener los votos
suficientes en el senado, pero que lo que busca es desactivarlo para el
2024 (algo que muchos republicanos comparten). Y, sobre todo, ha perdido
el apoyo de las fuerzas militares, los organismos de inteligencia y de
seguridad que lo ven como un instrumento de fuerzas externas.
En las últimas semanas del gobierno de Richard Nixon,
cuando el presidente estaba desquiciado y paranoico por las acusaciones
del caso Watergate, en estado alcoholizado buena parte del día, el
entonces secretario de Estado, Henry Kissinger, y los dos principales mandos militares, el secretario de Defensa, James Schlesinger, y el jefe del Estado Mayor Conjunto, Alexander Haig, tomaron la decisión de que no aceptarían la orden de ninguna medida militar desesperada de Nixon,
sobre todo si había una alerta nuclear; si el presidente decidía
iniciar una acción militar contra cualquier país, esa orden sería
desoída hasta que ellos tres la aprobaran.
No era un desacato, simplemente consideraban que, en esos días
previos a la renuncia, el presidente, literalmente, no estaba en sus
cabales. Dicen que en esta estrambótica despedida, Trump
tenía en sus planes realizar un ataque sorpresa contra Irán. Luego de
lo ocurrido en el Capitolio y ante el pedido explícito de Nancy Pelosi de que se le quitara el control sobre el llamado botón nuclear, esa posibilidad no puede ser descartada, pero todo indica que Trump, como personaje de García Márquez, está solo, abandonado y sin ningún apoyo en la Casa Blanca, no tiene quien le escriba y la única duda es qué día la abandonará y a dónde se irá.
Todo esto viene a cuento también para insistir en una idea: los
ejércitos y sus jefes no son simples instrumentos políticos de los
mandatarios en turno, por lo menos no cuando se asientan en andamios
democráticos.
Tampoco pueden serlo instrumentos como las redes sociales cuando se
les pretende poner al servicio de un autogolpe de Estado, como hizo Trump.
No se trata de coartar la libertad: muchas leyes en cualquier
democracia lo hacen priorizando el bien común y el beneficio social, de
lo que se trata es de no darle instrumentos a quien está proponiendo la
destrucción de las propias instituciones democráticas.
Haberle quitado esos instrumentos a Trump, a la
ultraderecha racista y violenta, es una forma de hacer respetar la ley,
lo mismo que sacar de las principales redes sociales, la red Parler,
creada para dar cauce a esas voces. No se trata de coartar libertades,
se trata de proteger a la sociedad de grupos y personajes que conspiran
contra ellas.
Con un componente adicional: muchos de esos movimientos están
manejados desde servicios de inteligencia externos: así ha ocurrido con
la injerencia rusa en los comicios de 2016 en Estados Unidos, pero
también en el fallido referéndum por la independencia de Cataluña, en el
apoyo al Brexit en Gran Bretaña o las últimas elecciones francesas,
operando en favor del Frente Nacional.
Para algunos, Julian Assange es un ícono del periodismo, aunque Assange
no fuera periodista, para otros es simplemente un hacker que se metió
en los sistemas de seguridad e inteligencia de Estados Unidos en forma
ilegal y como parte de una operación de inteligencia manejada
externamente para divulgar secretos que pusieron en riesgo a personas,
instituciones y políticas.
El ofrecimiento de otorgarle asilo en México es un despropósito que
debe ser medido desde esa perspectiva. Y que no deja de ser parte de una
insensata política de ruptura y alejamiento con el gobierno de Joe Biden,
previendo quizás las diferencias profundas que existirán con la
administración demócrata en temas como la seguridad, el medio ambiente,
el tratamiento de la pandemia y la vacunación, en el ámbito laboral, la
energía y muchos otros.
Esa es una realidad, y ponerse de lado de Trump en
toda esta historia y en contra de los esfuerzos por defender las
instituciones democráticas es y será muy costoso para la administración
federal y para el país.
Como lo son muchas otras medidas, incluyendo una mentirosa
austeridad: el incendio en el cerebro de manejo del Metro en la CDMX se
debió a falta de mantenimiento en los equipos: esa es la razón por la
que los transformadores arrojaran aceite. Se pidieron seis mil millones
de pesos para el mantenimiento de esas oficinas e instalaciones y se
negaron en el presupuesto 2021 por la supuesta austeridad. Los costos a
pagar serán mucho más altos. Lo mismo pasa con muchas otras
instalaciones e infraestructura, mientras se dilapida el dinero en
proyectos que no son ni serán económicamente viables, como el tren Maya y
la Refinería Dos Bocas.