New York Times.- En medio de la
desolación por la pandemia que enfrentan los más pobres en México —se estima
que habrá un incremento del 51 por ciento en la pobreza extrema— las remesas se
han convertido en un salvavidas para millones de familias. E, indirectamente,
también en un bálsamo para la popularidad del presidente de México.
El gobierno mexicano no tiene un plan de
recuperación económica que transfiera suficientes recursos a los pobres ni a
los trabajadores. Sus programas sociales solo atienden a 22 millones de
personas aunque existen más de 52 millones de pobres y no hay un solo programa
que ayude a los desempleados que ha dejado el coronavirus más allá de la
repartición de unas 500.000 despensas.
Pero ese vacío del gobierno de México
podría tener una inesperada red de seguridad: las remesas que mandan
trabajadores mexicanos o mexicoamericanos a sus familias en el país. A
contracorriente de lo esperado por múltiples expertos (dado que la comunidad
latina ha sido desproporcionalmente afectada por el virus), las remesas no solo
no han disminuido en México, sino que han aumentado respecto al año anterior en
casi el 36 por ciento hasta alcanzar, en marzo, un máximo histórico desde 1995.
Una vez más, el pobre y el trabajador han
quedado desamparados por el Estado mexicano y en manos de los mismos salvadores
del pasado: los inmigrantes que trabajan —ahora sin protección y rodeados de un
discurso de odio— en Estados Unidos.
La tendencia al alza de las remesas bien
podría continuar debido a que muchos de los migrantes mexicanos son
considerados trabajadores esenciales en Estados Unidos y continúan laborando
sin interrupciones. En la industria del empaquetado de carnes estadounidense,
por ejemplo, se estima que el 80 por ciento de los trabajadores son migrantes
indocumentados o refugiados y el 22 por ciento del total de los trabajadores en
la industria alimentaria son migrantes.
De hecho, un fenómeno similar se observa
en México, donde, por ejemplo, la cantidad de horas trabajadas aumentó en marzo
entre los agricultores hombres y el desempleo ha bajado en la población con
nivel de educación secundaria; es decir, entre quienes con frecuencia laboran
en actividades esenciales como preparación de alimentos, paquetería o en
servicios de transporte.
En este sentido, la pandemia podría ser
muy diferente a otras crisis que han afectado a México pues demandaría que
muchos trabajadores de industrias esenciales continúen trabajando y teniendo
ingresos tanto en México como en Estados Unidos.
A este panorama se agrega un factor
potencialmente benéfico para las familias mexicanas que reciben remesas. La
crisis ha venido acompañada de un aumento del valor del dólar con respecto al
peso. Esto ha causado que el poder de consumo de los hogares receptores de
remesas haya aumentado casi un 53 por ciento en marzo con respecto al mismo mes
del año pasado. Este aumento compensa las pérdidas de ingreso que, se calcula,
ocurrirán por la crisis del coronavirus.
Las remesas no solo compensarían la falta
de ayudas de parte del gobierno y la disminución del ingreso de muchos
mexicanos, también podrían impulsar la aprobación del sexenio de Andrés Manuel
López Obrador. Estudios de la economía mexicana han demostrado que la
popularidad de los presidentes suele crecer cuando las remesas aumentan. López
Obrador, quien ya ha experimentado un aumento en su aprobación durante abril,
podría llegar a niveles históricamente altos si las remesas siguen aumentando o
no se reducen.
Es paradójico, porque precisamente López
Obrador ha desatendido a los migrantes y los más pobres ante la llegada del
coronavirus. Presionado por Estados Unidos, México ha endurecido y militarizado
su política migratoria. Además, bajo la concepción de que la deuda pública solo
ayuda a los empresarios ricos y termina siendo pagada por los más pobres, el
gobierno se ha rehusado a implementar un paquete económico de apoyo amplio a
los más pobres. Sin apoyos, se calcula que casi el 46 por ciento de las
familias mexicanas no contará con ingresos laborales suficientes para comer al
terminar el 2020.
México le debe mucho a sus migrantes. La
mayoría de los beneficiarios de remesas están en estados pobres con alto nivel
de expulsión migratoria. En entidades como Michoacán, Guerrero y Oaxaca las
remesas representan entre el 11 y 10 por ciento de su PIB. Sin su apoyo,
familias enteras quedarían en la pobreza. De acuerdo con algunas encuestas,
sabemos que el 69 por ciento de los migrantes son responsables de mantener
económicamente al menos a dos personas en sus comunidades de origen.
Es momento de que el gobierno mexicano se
tome en serio la protección de los migrantes mexicanos y sus fuentes de
ingreso.
Se debe negociar directamente con Estados
Unidos la inmediata regularización de los migrantes indocumentados esenciales
que actualmente mantienen a la población estadounidense alimentada y a su
economía en pie. Un programa de visas temporales de emergencia que permita que
los migrantes coticen ante el Instituto Mexicano de Seguridad Social sería un
buen paso.
También el gobierno debe regular más y
mejor a los bancos. Estos se quedan con entre el 1 y el 5,2 por ciento del
dinero de los migrantes debido al cobro de comisiones y a tipos de cambio muy
desfavorables. Para una remesa de 300 dólares, por ejemplo, la banca se queda
con aproximadamente 24 dólares (o 386 pesos). Ese dinero es suficiente para
alimentar a la esposa e hijo del migrante por cinco días en zonas rurales.
Como la política social del gobierno
mexicano no cambió en nada significativo para atender la pandemia, lo más
probable es que los migrantes serán las grandes heroínas y héroes de esta
crisis en México. Y debemos asegurarnos de que sean tratados con la dignidad y
cuidado que implica ser un trabajador esencial.
López Obrador debe hacer lo que pueda
para protegerlos por vías diplomáticas y políticas. Sin la migración las
remesas caerán por fuerza y todo México se verá afectado.
Viri Ríos (@Viri_Rios) es analista
política y colaboradora regular en español de The New York Times.